Cuidadores del Alma Infantil
Durante este mes de agosto he tenido una vivificante experiencia: en Ozaeta (Álava), en un lugar de encuentro llamado “GaraiON”, nos hemos reunido unas ocho familias con nuestros niños, para explorar la forma de superar los problemas inherentes a la maternidad. Ha sido mi primer contacto serio con el llamado CAI (Cuidado del Alma Infantil) y, como ha sido muy positivo, he pensado compartirlo con vosotros.
Yo no soy aficionado ni a la pedagogía, ni a los niños –no en vano los amigos me llaman “Ogrosabel”-, pero mi compañera sí: es ella la que, durante los últimos años, está profundizando en la vía del CAI acudiendo a encuentros y cursos. De ellos siempre ha regresado con ideas interesantes, que han redundado en beneficio de nuestros hijos; por eso, cuando acudió a mí con una propuesta de encuentro para familias enteras, no necesitó insistir mucho para convencerme.
A mi entender, en torno al CAI encontramos gente con experiencia en escuelas libres; es decir, progenitores y educadores que tratan de dar una respuesta alternativa al sistema educativo de los centros escolares convencionales. Aun así, el planteamiento no es cerrado; sin ir más lejos, nuestros niños van a la escuela pública, y el trabajo que hemos hecho estos días ha sido perfectamente válido para ellos. Se trata de compartir experiencias particulares, ponerlas en común con los problemas de los demás, y recibir aportaciones que sirvan para el caso de uno. Evidentemente, algunas personas (los educadores) hablarán desde su profesionalidad; otros, en cambio (progenitores) lo harán desde su experiencia. Así, he visto que de las aportaciones de unos y otros, de forma constructiva, con respeto y empatía, pueden obtenerse claves de comportamiento muy útiles y adaptables a cada hogar.
En mi condición de profesional de la salud estoy interesado en cuidar el alma infantil; de hecho, veo que es un asunto que condiciona de forma importante la salud de mis pacientes. Además, en mi condición de padre, sé que el panorama de cada casa es diferente, y que por tanto no se pueden dar fórmulas universales. Por eso, no creo que podamos considerar el CAI un método, sino más bien una actitud para hacer frente a los problemas que se vayan presentando. No soy un experto en esta cuestión; pero creo que esta experiencia de cinco días me ha servido para captar algunas ideas generales: parsimonia, amor, distancia, respeto, firmeza… También he podido ver cosas muy bellas: progenitores deseosos de aprender de sus hijos; que son conscientes de que se salen de sus casillas, pero con propósito de enmienda; que admiten que sus hijos les cansan… No he detectado –cosa que para mí es importante- actitudes laxas que deriven en niños-reyes-de-la-casa, berenjenal en el que mucha gente supuestamente moderna tiende a meterse. Éstas son solamente pinceladas de lo aprendido, pero que quizás puedan despertar el interés de algún lector que quiera adentrarse en ese camino fascinante.
También me ha gustado otra cosa: en todo este asunto del CAI destaca la figura de un hombre sabio llamado Cristóbal Gutiérrez Navas. Según he podido ver, muchos de los padres y madres le admiran; cosa que, a mi juicio, es peligrosa. Me explico: por una parte, nunca me han gustado los gurús; y por otra parte, que alguien se convierta en imprescindible es una fuente segura de problemas. Dicho de otra forma: cuando ésa persona falta, todo se va al garete. Es por eso que de este encuentro me ha gustado particularmente la autonomía de los asistentes: cuando Cristóbal ha estado presente, todo ha ido como la seda; y cuando ha faltado… también. Los encuentros han proseguido y se han trabajado temas de mucho interés, muy competentemente a mi modo de ver. ¡El maestro puede sentirse satisfecho! Ha preparado unos dignos sucesores.
(traducción al español del artículo “Haurraren Arimaren Jagoleak”, publicado en “Gaur8”, suplemento sabatino del diario “Gara” el día 2 de septiembre de 2017)
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